sábado, 3 de junio de 2017

Retazos de El ladrón de corazones hembra

De tanto en tanto, un lector te habla de uno de tus libros. No suelo volver a ellos una vez que los publico y tras las presentaciones de rigor. Pero hace unos días alguien me escribió para hablarme con entusiasmo de este libro. Es lo grato que tiene este oficio.
 
 
 
 
Las mujeres de Jara de la Sierra son mujeres singulares. Mujeres forjadas,
en su mayoría, con una materia complicada de definir. No sé a qué
es debido, si al embrujo de la cercana Sierra Morena o a la mezcla de
tantas culturas, que les confiere un halo opaco del que pocas se salvan.
Unas características desconcertantes. Las mujeres de Jara de la Sierra
no guardamos semejanza con ningunas otras.
 
 
 

Ocurre a veces. Las lágrimas se niegan a desbordarse y nace un pequeño
lago; con los fríos del otoño se solidifica formando pequeños cristalitos,
como los que brillaban constantemente en sus ojos. Pero un verano de
mucho calor, tanto que los olivos -esos árboles de secano- extrajeron sus
raíces de la tierra que ardía como un volcán, el lago se licuó rompiendo el
dique de contención de sus pestañas y, ni los entendidos en tristezas, ni
los más experimentados magos de las sonrisas, fueron capaces de cortar
el flujo.

 
 
Cuando murió la tía vestida de novia, la enterraron vestida de novia. Allí
dentro, encerrada en su caja blanca, forrada de raso blanco, parecía una muñeca más de
la colección. La expusieron en el salón de las no celebraciones, encima de un altar
con patas de pies de aguja y doce sillas forradas de terciopelo granate que se
iban llenando cada vez que alguien las dejaba vacías, como si fuese un banquete
al que todos estaban invitados.
Las manos de la tía muerta, vestida de novia, parecían de la misma cera
que las velas que ardían en hilera y alrededor de la caja; apretaban un rosario tan
blanco como ellas. Me pregunté si los muertos, después de muertos, rezan cada
tarde el rosario como lo acostumbraba a hacer la señora abuela.
 

 

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