viernes, 16 de enero de 2015

Rapún, el amante esquivo de Lorca



Nacho Sánchez y Daniel Grao en la ficticia prisión de Santander en que evocan a García Lorca. 
Foto: Marcos Gpunto
Escenarios  TEATRO

Alberto Conejero se rebela contra el cliché apuntalado en torno a Rafael Rodríguez Rapún: 'el amante esquivo que atormentó a Lorca'. La piedra oscura, que se estrena este miércoles en el María Guerrero, es el fruto de una prolongada investigación sobre su figura.
ALBERTO OJEDA 



Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, / tigre y paloma, sobre tu cintura / en duelo de mordiscos y azucenas.” El cliché que las décadas han ido cimentando es el siguiente: Federico García Lorca desesperaba por Rafael Rodríguez Rapún, doce años más joven y también más disperso e indolente. El estudiante de ingeniería de minas alternaba en sus lances amatorios a diversas mujeres con el poeta granadino. De ahí el desgarro de los Sonetos del amor oscuro, enfebrecidos por la falta de correspondencia sentimental con que condenó a Lorca. Ese tópico se desmorona en La piedra oscura, texto dramático acuñado por Alberto Conejero, que se estrena este miércoles (14) en el María Guerrero, bajo dirección del argentino Pablo Messiez e interpretado por Daniel Grao y Nacho Sánchez.

Conejero ha dedicado varios años a tirar del hilo biográfico de Rapún, contando en este empeño con un aliado clave: su hermano Tomás, que todavía vivía cuando inició las pesquisas. Con él se entrevistó en varias ocasiones. Se lo ganó rápido para su causa. Bastó decir que su propósito era trascender la consabida etiqueta:
Rapún, el amante de Lorca'. Aquellas charlas y su perseverante inmersión en archivos y bibliotecas han volteado el enfoque de la historia: “En algunas biografías se ha mostrado a Rafael como una mera causa de sufrimiento para Federico, por las dudas e infidelidades del muchacho', sin aventurar siquiera qué supuso para Rapún su relación con Lorca. ¿Cómo se transforma la vida de un joven que se convierte en el compañero de uno de los mayores poetas universales? ¿Cómo soporta alguien toda esa inmensa luz y todas esas sombras?La relación, en sus tres años de duración, atravesó todas las dificultades de su práctica clandestinidad. En ese abismo, Rapún estaba mucho más expuesto y desprotegido que Lorca”.

El autor de La piedra oscura intenta ofrecer una visión más matizada de la relación: “Hay que ir más allá de la manida estampa de un Federico lloroso por los desplantes de Rafael. Reducir una relación tan intensa y compleja a ese retrato es faltar a la verdad. Porque también fueron el uno para el otro, razón de alegría, compañeros de caminos teatrales y literarios,
leales camaradas', como le escribía Federico. Esos caminos teatrales fueron los que recorrió La Barraca, la compañía trashumante dirigida por Lorca y en la que Rapún ejerció como secretario, actor, regidor, chófer... Conejero le coloca en primer plano, después de décadas velado por el eclipse lorquiano: “Aunque sus poemas están perdidos, en sus papeles quedan huellas de su trato con Neruda, Aleixandre, Altolaguirre... No sólo fue el compañero de Federico (por esto ya merecía toda atención) sino testigo privilegiado y lúcido intérprete de aquella generación”.

Todo ese bagaje lo destila en esta obra, que parte de una situación ficticia para desencadenar toda su verdad. Un truco narrativo que Conejero justifica citando a Mayorga: “El dramaturgo puede y debe subordinar lo real a lo verdadero”. La verdad histórica es que Rapún, enrolado ya en el ejército republicano, murió en agosto del 37 en un hospital militar de Santander, tras ser alcanzado por la aviación italiana. Conejero lo encierra también en un hospital militar, pero en las cercanías de Santander, en una zona ya tomada por los nacionales. Le custodia así un soldado del ejército franquista, lo que le permite al autor encender la dialéctica.

Rapún sufre un trauma emocional lacerante. Se siente culpable por la ejecución de Lorca, que no se marchó de España porque él no estaba dispuesto a acompañarle. Aunque Conejero le redime, claro. Los responsables únicos fueron los facciosos cavernarios que le prescribieron café con pólvora. “Es injusto limitar el perfil de Rapún a esta circunstancia. El año que sobrevivió a Federico, luchó por la democracia y por los ideales republicanos. No se dejó matar, como se ha apuntado en ocasiones. Es un final que puede resultarle atractivo a algunos, un colofón romántico y sentimental. Pero la verdad es que Rafael, que era un hombre roto y lleno de fantasmas, murió luchando por la República”, sentencia.

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