Sueños que sueñan con tardes de
poblado minero. La mirada de un hombre descalzo y la mujer que escribió su
inventada historia. No podía ser de otra forma.
La mujer que ha soñado alguna
vez, ser la compañera del hombre
descalzo, la “otra”, ya agostó la
fantasía. Las fantasías duran lo que se tarda en imaginarlas. La suya, lo justo
para conocer al hombre que piensa la
vida al contrario.
En la soledad de la chimenea, “la
otra”, la que dejó todo por ser la sombra de él, se muestra hospitalaria con la
mujer que va tras la historia del hombre que se pierde en Sierra Leona, Sierra
Mágina o Sierra Morena; huyendo de capitales carnívoras y abandonando a
los que lo amaron para volver a la
tierra que vomitaba plomo.
Le ofrece vino y embutido, en la pequeña estancia. Una bandera
anarquista, separa la habitación donde comparte entusiasmos con el hombre que
rechaza el lecho para dormir al raso, mientras ella espera, en la noche, que
traspase la tela. Entonces, quizá piense que valió la pena renunciar a su
acomodada vida de ciudad, a su marido e hijos.
La
mujer que la envidia, hace conjeturas, se pregunta con qué frecuencia traspasa
el hombre la cortina-bandera; Y, por
unos segundos, desea ser “la mujer
otra”.
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