En mi recorrido por Cuenca, la ciudad encantada, tengo que hacer una mención especial a uno de sus pueblos: Alarcón. Un lugar al que me desplacé exclusivamente para gozar de las pinturas contemporáneas del pintor autodidacta Jesús Mateo (1971). Tengo que decir que valió la pena desviarme del recorrido trazado. Ubicadas en la Iglesia de San Juan Bautista, una iglesia desacralizada del siglo XVI, que se encontraba en ruinas.
Seis años dedicó Mateo a realizar esta asombrosa obra. La
sensación ante ese contraste de colores y formas, es brutal.
Una vez que entras en este paisaje asalvajado el tiempo se para
y la realidad de afuera deja de tener constancia.
La evidencia de grandiosidad y desmesura te atrapan. No sorprende
que la Unesco declarara esta pinturas de interés artístico mundial.
El Auditorio de Santo Domingo de Silos
Uno de los torreones de las tres murallas
Un lugar donde volver.
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