domingo, 8 de marzo de 2015

Presentación de Te compraré unas babuchas morunas

Nos hemos reunido aquí para presentar la primera novela de Pepa Cantarero, “Te compraré unas babuchas morunas”. He comenzado a modo de misa porque quiero destacar la dimensión catártica que adquiere esta obra con este acto. Se podría decir que este es el final de la epopeya de Arsenio. Nos hemos reunido hoy aquí con nosotros mismos. Alguien, Pepa, ha contado nuestra historia.

Hay muchas formas de honrar a los muertos, y en eso la novela de Pepa se aleja mucho de las misas. Las babuchas caminan por un ritual sin rito, descompasadas a veces, deliciosamente a pata coja, otras. Pepa honra a nuestros antepasados sirviéndolos en su propia salsa, y poco hechos. De esa forma nos honra también a los que estamos aquí y se honra a sí misma.

Como se observa, yo no puedo presentar esta novela sin que Pepa sea, para su incomodidad, el centro de atención. No distingo a Pepa de lo que escribe, conocí a la vez a su cuerpo y a sus palabras. Vargas Llosa dijo no hace mucho: “La literatura ayuda a vivir; llena los vacíos y las insuficiencias de la vida”. Estuve de acuerdo con esa afirmación durante mucho tiempo, mucho antes de que la pronunciara Vargas Llosa, y me pareció bella la forma en que él la expresó. Ahora pienso que él no hablaba de lo que yo pensaba que hablaba. Él separaba la vida y la literatura, concediéndole a esta un estatus de suplente. Equiparaba la literatura a una botella de vino. Yo creía que hablaba de que la literatura era una estupenda forma de vivir, que venía a completar la vida y a sanarla. Esta novela no es evasiva sino sanadora. Sana a su autora y a quien la lee. Y la sanación no consiste en una dulce borrachera. Consiste en una aventura arriesgada para las dos partes. La literatura no sirve de bastón a Pepa, la literatura se apoya en Pepa para erigirse en vida. 

“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”, escribió Lorca. Pepa es una demiurga que ha otorgado a sus personajes el derecho a expresarse con sus propias palabras y en su terreno. Incluso el derecho a no expresarse, a hacer sencillamente, a vivir, que es el mayor espectáculo conocido, y a vivir más allá de la muerte. “Teatro de muertos y vivos en múltiples piezas extraviadas”, podría subtitularse esta novela. Teatro en su sentido mágico que sucede en el lector y sucede, intuyo, de forma muy distinta en cada uno. Pepa ha hecho varias cosas a la vez al escribir sus babuchas. Una prueba es que podemos referirnos a la novela en plural sin que resulte extraño. 

Por tanto, prefiero poner mi atención ahora en la otra parte, en el lector, en quien termina por dar sentido a la literatura y muy especialmente a esta obra poliédrica. Mis impresiones sobre la novela están demasiado ligados a Pepa. Me la imagino calzando esas babuchas. Así que creo que no estaría de más pensar en lo que la novela puede ofrecer a otros. Si Pepa ha tejido esta compleja red durante veinte años, cada lector podría quedarse atrapado en una zona distinta. La mía y la de muchos de los que estamos aquí es emotiva, litúrgica incluso. 

Me consta, en cambio, que un profesor de literatura leyó hace poco las babuchas y admiró profundamente su construcción narrativa y, en especial, la utilización de distintas técnicas y géneros. Reparó, como es lógico, en la presencia de escenas teatrales y en la abundancia de diálogos en los que no sólo se recoge fielmente el castellano de transición que se habla en las zonas mineras de Sierra Morena, sino que narra hechos ejemplificadores de los flujos migratorios de los mineros de principios de siglo que reforzaron la conexión de estas hablas nuestras con las de Murcia o Almería. También celebró el uso de la carta manuscrita y el tempo que imprime a la novela su presencia, y quiso felicitar a la autora por la resurrección de un género perdido: el silencio. Nunca la encontró. Probablemente la buscó por otro nombre. 

Fue el nombre de Pepa el que hizo a uno de sus alumnos pedirle prestado el libro. “¿Cómo puede haber una escritora llamada Pepa”, pesó, “¿Cómo debe ser una novela escrita por alguien que prefiera llamarse Pepa a Marijose, Josefina o siquiera Pepi?”. Le resultó hermosísimo el nombre de Pepa y muy afortunado cuando apenas había comenzado a leer el libro. Cuando lo hubo concluido, reposó la epopeya de Arsenio y su familia y concluyó que todas las palabras que había leído se condensaban en el nombre de Pepa, en sus cuatro letras redondas, tan suaves como abruptas e impredecibles en su secuenciación. Cuando todos prefieren Pepi, ella sorprende con una a final, expansiva y valiente como ella. Pepa rima con ella. En asonante. Y yo que quería dejar de hablar de ella, de Pepa. 

No tuvo otra cosa que hacer un angustiado poeta que comenzar el libro por la última página. Puso entonces sus ojos en el título, lógicamente. Una promesa. ¿Cumplida? Si creemos que las promesas de que pendemos, las importantes para vivir, sólo pueden cumplirlas los que las hacen, diremos entonces que a esta promesa se la llevó el viento; si preferimos pensar que la sangre se puede ocupar de ese asunto (y cuando digo sangre digo universo y voluntad), entonces diremos que la promesa fue cumplida. El angustiado poeta concluyó la novela por donde la había empezado. ¿Por el final? ¿Por el principio? 

La memoria de la sangre es un tema que me fascina tanto como al poeta. Creo que a Pepa también. Su sangre tiene memoria. Lo supe cuando (en esta misma sala) presentaba Hammam, su último poemario. Antes de recitar, buscaba la mirada del guitarrista con ojos de cantaora otro siglo. Este tema interesó mucho a un humanista de oficio que creyó que las criaturas que Pepa ha animado en su novela se aman, se odian y crean sus leyes de interdependencia de la misma forma en que lo hacían los primeros homo sapiens, un grupo de unas doscientas personas del que todos descendemos. Entre ellos había un líder, varios que aspiraban a serlo y muchos que tomaban otro tipo de decisiones, nimias y olvidadas para la historiografía y que Pepa atiende en las babuchas. Por eso el humanista entendió que había leído una novela histórica de gran calado, en la que en cambio apenas se atisba la presencia de un rey trasnochado en la primera etapa de la saga, un líder que aparece diminuto ante Arsenio y ajeno a la realidad de aquellos a quienes gobierna. Fue el apellido lo que hizo volar la imaginación del humanista que leyó esta obra de vida de Pepa Cantarero, esta historia de hombres y de mujeres que buscan, huyen y regresan. 

Finalmente, un periodista podría publicar en su diario una reseña como esta: “Te compraré unas babuchas morunas no es una historia en línea recta, pero tampoco tiene curvas, baches ni otras molestas distracciones. No entras en ningún laberinto: el laberinto te entra en la sangre como una inyección.” Y podría continuar diciendo que con esta novela Pepa da sentido al orden en que se han ido publicando sus anteriores libros, todos poemarios, algo paradójico en una narradora de origen que comenzó la novela mucho antes de plantearse en serio lo de la poesía. “Con la publicación de Te compraré unas babuchas morunas, de Ediciones Carena”, diría el crítico, “Pepa Canterero explica su obra y se explica a sí misma como persona, como mujer y como escribidora de ida y vuelta que disfruta del viaje tanto como del destino.” 

Rafa Núñez
Baños de la Encina, marzo de 2010 

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