Presentación de El
ladrón de corazones hembra, en el Ateneu Barcelonés
Buenas
tardes, estamos aquí, en esta preciosa sala, para presentaros al ladrón de corazones hembra, el quinto
libro de pepa Cantarero. Su trayectoria literaria es polifacética y nos muestra
una nueva cara en cada publicación; la poética emerge en tres de sus
producciones: Cuarteada de olvidos,
Conversaciones con el nicho 612, y Hamman.
Después da el salto a la novela con Te
compraré unas babuchas morunas, donde nos adentramos en las vidas de una
saga familiar sureña marcada por la magia y la tragedia. Y el quinto elemento
es El ladrón de corazones hembra, que
aúna relatos-cuento dentro de un universo recurrente, Jara de la sierra, el
lugar común de su anterior novela.
La
autora juega, una vez más, con los géneros y con sus fronteras. Desde la posmodernidad
las demarcaciones genéricas son escurridizas pero si además hay una voluntad de
hibridación, el reto descriptivo se convierte en absurdo. En el ladrón
encontramos trece títulos que acogen cuentos, monólogos interiores, relatos,
epístolas, incluso acotaciones teatrales. El espíritu lúdico corre por la
estructura de las páginas como un fuego fatuo que no quiere dejarse atrapar.
Cada
relato podría ser autónomo pero las historias se conectan a través de los
comentarios de otros personajes, las
distintas voces se interrelacionan en una red textual o testimonial que da
coherencia a la obra, aunque no con una intención totalizadora sino todo lo contrario,
se abren fisuras. El lector ha de cubrir lagunas, recoger indicios, volver
atrás, atar los hilos que se enredan creando nudos en el espacio de la
narración. Desatarlos o no, queda en sus ojos.
Los seres de papel se inmiscuyen, se ocultan,
reaparecen en escena, subvierten el espacio de su cuento. Algunas historias se
amplían o deforman con los comentarios y chismorreos de las comadres: Séptima,
Sabina, Facunda y Cándida. Que cumplirían la función del coro del teatro
clásico, pero disfrazadas de cotillas y trasladadas a la plaza del pueblo. Son
también una buena representación de la polifonía bajtiniana. Pero las comadres
no son las únicas que participan con sus voces y sus diferentes formas de mirar
el mundo. Pues otros personajes como el Loco, Frida, La Nena o el
Mentidero-versión masculina del corifeo- también dialogan sobre los sucesos que
acaecen en el micro-cosmos sureño, Jara de la sierra.
La
procesión de personajes es un rasgo común en la escritura de Pepa, múltiples
voces y conciencias convergen sin
fusionarse formando un mosaico fragmentario. Son seres-puente que no se
resignan a ser contados por otros. Seres que se mueven en la frontera de la
palabra propia y ajena.
Las
voces de la enunciación se manifiestan desde diferentes focos. El discurso se
ordena o se desordena según diferentes estrategias donde confluyen la visión
parcial de un testigo, el libre fluir de conciencia del monólogo interior, la
acción directa del diálogo, incluso la omnisciencia de un narrador realista.
Con esta riqueza de puntos de vista se liquida cualquier instancia narrativa
superior que ordene el mundo desde un foco único. Ni siquiera el narrador
omnisciente está en un lugar hegemónico y privilegiado respecto a los otros
sino que su visión es una interpretación más.
Este
juego me recuerda al estilo de Henry james, el maestro del multiperspectivismo
y de la ambigüedad. Otro rasgo característico en la escritura de la autora. Esa
construcción de la tensión dramática, esos sucesos extraños, siniestros que se
escapan a la lógica racional, ese clima de incertidumbre que provoca el
desconcierto en el lector. Y que no se resuelve al final de la narración sino
que se enfrenta a otra vuelta de tuerca. Esto lo vemos en: La tía vestida de
novia y la yedra, la vieja del balcón, la mujer golondrina, Mandrágora mortecina
y la tumba vegetal.
En
la vieja del balcón:
Miro instintivamente para arriba. El balcón ha desaparecido. Me tropiezo
con algo, es la jaula con la puerta abierta. Los pájaros, como siempre,
quietos, muy quietos. Meto la mano dentro y cojo el de los tonos verdes, al
mero contacto, se desmenuza y las plumas se esparcen por el suelo.
Aterrorizada, lo lanzo lejos. (p.71)
¿Qué
más elementos sugerentes conforman esa atmósfera líquida en la que nos
adentramos al leer sus textos?
Otro
de ellos es sin duda la importancia de los nombres. Ese signo, esa marca identitaria que acompaña a la persona más
allá de la muerte. El poder evocador de los nombres propios despierta la
memoria y activa nuestro pasado como historia. Es la cristalización de nuestra
corporeidad, como diría Roland Barthes: “es un objeto precioso, comprimido,
embalsamado que es necesario abrir como una flor”. La escritora asigna nombres
a sus seres de papel, los lectores exploran y descifran su significado. En el ladrón de corazones hembra confluyen
los antropónimos fuertes como: Fausto, Berta, Marco, Séptima, Facunda…con
nombres máscara, tras los que se ocultan, la nena y el loco, o personajes
denotados solo por una letra del alfabeto, que penden de un hilo-letra como:
A., L. y M. En esa lucha entre presencia y ausencia para no convertirse en el
homérico Nadie, que escapa de la tragedia pero también de su rasgo distintivo.
En
el relato Sesiones de cine de verano,
un escritor juega con la materia de su vida, la desdibuja, la recrea, superpone
los planos de la ficción y la realidad, cambia los nombres pero los personajes
reales e imaginarios se confunden, y se ve obligado a entrar en su propia
trama, atravesando los contornos de la irrealidad cuando un personaje va en su
busca y le recrimina su derecho a la intimidad. Aunque después adopta el nombre
que le asigna el escritor, como propio, substituyendo al real.
- Señor Herrera, ¿me escucha?
- ¿Perdone?
- Reconozco que mi petición no es muy
lógica. Tampoco quiero que piense que voy
por la vida concertando citas con escritores.
- ¿Eso le preocupa mucho?- le pregunta
con un deje de cinismo.
- Pues no demasiado, la verdad. Cuando
decidí ponerme en contacto con usted, no
fue un capricho. Yo soy Eva.
- ¿Usted es Eva?
- Mejor dicho, Lucía. La Eva de su
novela. Puesto que lo único que tuvo en cuenta fue
cambiar los nombres. Menos el de Carlos. (p.87)
Es
un relato curioso donde se defiende el estatuto de ficcionalidad y se plantea
la autobiografía como desfiguración, parece que en cualquier momento el irónico
escritor fuera a decir. Pero así como afirmamos que todos los textos son
autobiográficos, por idéntica razón, ninguno lo es o puede serlo”. [i]
i. P. de Man, “La autobiografía como
des-figuración” en La retórica del romanticismo, Akal, 2007, p. 149
Antes de finalizar quiero mencionar una triada
recursiva en Pepa Cantarero, la pasión, la muerte y la locura. Que en este caso
se dan forma en los cuentos: Pasaje frío, Mientras regaba las azaleas y el
naranjo, lloraba, La mujer golondrina, Los mil silencios y Ella no le tenía
miedo a la muerte.
Dentro
del espacio simbólico, esta triada se manifiesta a lo largo del libro con la
presencia de las flores. La exuberancia vegetal trepa por los muros que separan
la vida y la muerte, las pulsiones entre eros y tánatos respiran en el naranjo,
en las azaleas, en las orquídeas, en los lirios, en las flores secas. La
naturaleza se presenta como un protagonista más, se humaniza. Es motivo de
amor-odio entre los personajes. Sobre todo hay dos momentos en los que la yedra
y el naranjo son detonantes de la narración, seres muy vivos que crujen, gritan
y parecen respirar. En la tía vestida de
novia:
Y
entonces fue cuando vi a la yedra…reptar cobarde entre su larga cabellera,
abrazándole el cuello como una serpiente vegetal. Se escondió traicionera al
captar que la había descubierto… (p.10)
En mientras regaba las azaleas y el naranjo:
Preocupaica estoy Loco, hace tiempo que veo
triste al naranjo. La tristeza del naranjo, Frida, es la más misteriosa de las
tristezas. Las raíces tiemblan dolientes, escupen el agua turbia de la mano
generosa y amante que lo riega y, los demás árboles no quieren relación con
ellos. Lo sé, por eso mimo y acaricio su tronco, le quito las hojas
amarillentas que es donde primero se instala la melancolía. (p.22)
El
loco, despliega su sabiduría, sus conocimientos florales en varias ocasiones.
Les cuenta a la Nena y a Crescencio las historias y los significados de las
flores en diferentes culturas.
La
vida y la muerte se retan las piezas, bajo la forma de plantas carnívoras
voraces que como cazadoras de querencias luchan por arrastrar a su terreno a
quien se atreva a poseerlas.
Cuando
tuve el libro en mi poder descubrí que el título tiene el mismo nombre que uno
de los 13 relatos.
¿Por
qué El ladrón de corazones hembra es
el nombre del relato escogido? ¿Por qué éste y no cualquier otro como la mujer
golondrina o la cuna y el reloj de péndulo? No sé qué llevó a la autora a
decidirse por este en vez de otro, lo que sí creo después de leerlo es que es
el que mejor define el temperamento del libro. Aúna el multiperspectivismo que
gravita en los otros cuentos, con el misterio que envuelve al personaje y a las
circunstancias de su vida; no escamotea información histórica, casi
enciclopédica, que luego encarnará el Loco a través de los relatos, y sobre
todo, sugiere, apunta, seduce sin concluir.
A la
manera de los grandes cuentistas nos deja espacios vacíos para imaginar:
“Nadie sabe qué fue de la muchacha de
pelo largo y tan negro como el de Terrible, la de los ojos sesgados, la
destinataria de los secretos inasibles de Fausto.” (p.35).
Condensa
en seis páginas el germen que contiene esta miscelánea literaria. Tal vez, este
argumento sea fruto de una mala lectura, una licencia poética, una lectura
interesada para concluir esta presentación.
Voy
acabando, pero antes convoco las palabras de la autora cuando habla de la
relación que mantiene con sus personajes. Como muestra de la autonomía y
corporeidad simbólica que adquieren los seres de papel bien dibujados.
Debo reconocer que en su día tuve un
inquietante enamoramiento con el Loco. Que lloré con Berta y su cosmos
prisionero en un armario. Que odio la yedra desde el día que se apoderó de la
tía vestida de novia. Que siento debilidad por Frida, la arcana. Y una
portentosa ternura con la mujer golondrina.
Me
he detenido en algunos pasajes y rasgos que considero puntos de inflexión en el
conjunto de textos que componen el libro. Pero si tuviera que destacar uno, junto
con los personajes claro, sería la estructura. Porque me recuerda al Odradek de
Kafka, a esa criatura indeterminada hecha de pedazos de hilo, de los tipos y
colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Con apariencia de
carrete de hilo- en este caso de papel- en forma de estrella plana. Lo invoco
como metáfora de la creación enrevesada donde las líneas argumentales, los
diferentes planos y voces convergen en una estrella, astro lumínico que aún
deja rastro tiempo después de su aniquilación.
Una
estructura-criatura animada, sin domicilio fijo que puede que un día pase a
formar parte de las preocupaciones de la autora y se plantee: ¿Acaso rodará algún día por la escalera,
arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos?
No parece que haga mal a nadie; pero casi resulta dolorosa la idea de que me
pueda sobrevivir.[ii]
Esta
preocupación, a estas alturas de su producción, creo que es irreversible. Es un
placer haber colaborado en la presentación, deseo haberos seducido, al menos un
poco, para que os dejéis robar sin resistiros mucho por el ladrón de corazones
hembra. Gracias a todos, os dejo con Pepa Cantarero, mi madre.
Jade Sal
[i]. P. de Man, “La autobiografía como
des-figuración” en La retórica del romanticismo, Akal, 2007, p. 149
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