Repuesto
de la sorpresa, Reblo, incapaz de resistirse a las caricias, acerca,
tímidamente, los dedos a los pequeños pechos. Los pezones de Yasora se yerguen
altivos, al descubrimiento del deseo. Sus grandes ojos se cubren de puntos de
luz. Su flor de sésamo aún sellada, se contrae. El fino cuello se curva y
acerca su boca inexperta a la de él. Un cándido beso que turba a Reblo. Y ante
su flagrante y trágica incapacidad, abandona el lecho. Cuando Yasora sale de la
estancia, los ojos verdes del hombre, ahora, son dos pozos.
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