Ayer,
en un Palau Sant Jordi a
rebosar, el nano de Poble Sec, nos dijo adiós. Un concierto donde Serrat
intentó pasar de la tristeza de toda despedida para que gozáramos todos de la
fiesta. Dijo que se iba sin lágrimas, pero yo no logré que los míos se me
llenaran de agua con algunas de sus canciones porque Serrat es mi juventud, la
de aquella joven que: Se reventó
sobre su pecho en un seiscientos verde y abollado, bebiendo cubatas en botella
y gritando por la ventanilla: “Nací en el
Mediterráneo, nací en el Mediterráneo…” Él me miraba triste y con
voz de tomillo y barro me preguntaba: “¿Qué
va a ser de ti lejos de casa, nena, qué va a ser de ti?” Y yo que era libre
como el viento y que me gustaba tutearme con las nubes, no cuadraba en sus
sonetos para perderme lo más cerca posible del terciopelo de su mirada. Desde
entonces le llevo prendido en mi pelo, en mi alma, en mi vientre y en mis ojos.
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