miércoles, 24 de agosto de 2022

Tres poemarios

 TRES POEMARIOS



Lo más parecido a la plenitud, es lo que siento esta mañana con 42 grados de calor finalizando julio, debajo de unos árboles, en plena Sierra Morena. El canto repetitivo de las cigarras, soniquete adormecedor, acuna los versos de un joven poeta con talento, como dirían algunos bardos de la vieja guardia. Poemario que comparto, al mismo tiempo, con otros dos (mi ansiedad por la lectura como sabe bien mi bibliotecaria). Tres poetas de diferentes generaciones, apocan la flama que alcanza mi cuerpo.
Anti-folk (del poeta con talento), el poemario de un colega: Adrián Bernal (1983), me trasladan por momentos, a algo que escribí hace años sobre los círculos del infierno de La Divina Comedia de Dante. El autor deambula por la ciudad de Barcelona, como ya lo hiciera en su día por París, el poeta de Las flores de Mal y, en ese periplo, hace referencia a músicos como Dylan, Jeff Buckley, Robert Johnson… Estos dos últimos, muertos prematuramente: Johnson a los 27 y Buckley a los 30. En el libro abundan las alusiones a escritores (que forman parte de mi mapa literario) como: Ginsberg, Keroauc, Faulkner, Rimbaud… este último, curiosamente, también engrosa la lista de los “bonitos cadáveres”, fallecido a los 37 años.
“Avanzamos mirando hacia atrás, como los magos en el octavo círculo, como el loco en el tarot de Marsella, el futuro ya no pertenece a poetas o adivinos; el futuro es para nosotros un precipicio, el futuro es para nosotras una condena, el futuro solo lo pueden pronosticar los muertos”.
Diez cantos, diez círculos plenos de buena poesía.
En Exilio Topanga de Enrique Bunbury (1967), en cambio, las referencias musicales brillan por su ausencia, ya que según él, “Quería encontrar una nueva voz que no tuviera que ver con mis canciones”, ni con las de otros, añado yo.
Poemas largos sin muchas metáforas y un tono de oralidad que me remiten a Carver. Enrique nos traslada a Topanga (Los Ángeles) donde reside actualmente y desde este lugar nos habla de la cotidianidad, de lugares y de una casa que al final no comprará porque los dueños ”...nos confirmaron su decisión irrevocable / de no vender, envejecer y morir/ en Topanga Canyon Road”. En definitiva, cosas cotidianas y vivenciales. Por momentos se nos pone nostálgico “La nostalgia de lo que no vivimos, / lo que creemos que pasó / y solo fue / un sueño inacabado…/El tono prosaico de este primer libro de poesía de Bunbury, me ha sorprendido. Esperemos, sus nuevas entregas literarias ahora que abandona los escenarios.
En Soledad sin labios de Alfonso Monteagudo (desconozco su año de nacimiento, debe rondar los 70 años) hay derroche de elaboradas metáforas y su acostumbrada riqueza de vocabulario. El sujeto se duele del desastre que produce el paso del tiempo a las pasiones y de las consecuencias de la decrepitud. El amor erótico anda con sensación de lo irrecuperable.
El desaliento se impone: “Hoy todos los besos han huido / y se acalla el grito del amor… / El desamor se venga en forma de herida ante la imposibilidad de recuperar el goce y deseos pretéritos.: “Es glorioso sentirse invencibles / en los paraísos carnales del amor.”
El autor antepone los placeres al alma, ante el inminente ocaso: “Démonos prisa para consumir / Los lúdicos frutos del placer…”
Versos que diseñan una trayectoria y recorrido sin vuelta atrás y nos dejan un regusto a nostalgia mal digerida. El dominio de Alfonso para adentrarnos a esta alegoría sentimental, es indudable.
Tres libros de poesía que me han llenado la mañana en este SUR de mis entretelas, en esta sierra tan querida, donde los chaparros se apiadan (cobijándome con sus sombras) de mi desobediencia ante las recomendaciones de no salir a la calle en horas intempestivas. Y esta, 12:30h. lo es.


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