sábado, 27 de octubre de 2018

Domadora de letras








Cuando yo amaestraba estrellas, era una mujer de incierta fama
no me atañía si en mi lecho no faltaba nunca un trozo
de misterio para hurgar en él, mientras adormecía el dolor
por la ruptura de mi largo idilio con Lorca. Mi drama
verdadero fue caer —sin paracaídas— en los brazos de Kafka.
Mientras le escribía El Castillo, me fue infiel con un tal Gregorio.
Comencé un periplo amoroso con Baudelaire, mi icono
mi maldición. Dejé la absenta y a él al mismo tiempo. La entrada
a sus paraísos, en La serpiente que danza
acentuó mi notoriedad vampírica con los prestigiosos
domadores de las letras. Aburrida de anacrónicos
y astros errantes, durante un tiempo vagué –desencantada–
de la mano de Joyce por Dublín. Mi aventura urbana
acabó al descubrir a la Sexton y a sus zapatos rojos.
A Lorca nunca le perdoné… No se puede contar todo.
Ahora me dedico a comprar los sueños que no desembarcan.


poema de mi último libro Las sirenas negras viven en las cloacas 

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