Y
los deseos no responden. Quieren, lo intentan pero el cuerpo no está receptivo,
sincronizado con ellos. Andan por calles que no confluyen. Los deseos lucha
contra la laxitud, recurren a la mente, ella, ella es la que tiene que actuar,
pero su esfuerzo es vano, se dispersa en otras cosas, tantas, que sus órdenes
no surten eficacia. La evidencia de derrota anula el impulso de los instintos
por sobrevivir. El fracaso habla con voz agria. Una desolación similar al paso
de un tsunami, da lugar a la aridez. Anuncia lo inevitable.
La
cuantía de lo dejado, es irrecuperable. Se abre un foso. Lo primero es encubrir
todo lo que nos negamos a ver. El foso irá ganando profundidad, confinado entre
sus paredes opresivas, todos los posibles. El amargor de no haber sabido
gestionarlos, de no haber aprovechado el tiempo álgido, es demoledor.
Ya
no habrá más gritos, quizá algún susurro. Carne sin lava.
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