Necesito una presencia humana cuanto antes, en este lugar más hondo y más oscuro y lejano de la ciudad doliente. Oprimo las mandíbulas y miro el pasadizo que parece no tener fin. Noto una sensación de miles de ojos fijos en mi espalda. Me estremezco. Vuélvase sola por la loca senda. ¿Acaso es posible? Diferentes lamentos me punzan y me tapo con las manos los oídos. Hondos suspiros que al aire eterno estremecer hacen. Llantos y sollozos por el aire sin estrellas. No soy capaz de dar un solo paso. Soy una estatua, un mueble del inexistente decorado gris, vacío, un trozo de cemento adherido al suelo. Quiero, necesito saber qué hora es, mirar el reloj que ni siquiera estoy segura que llevo incorporado en mi muñeca izquierda. ¿O es en la derecha? No estoy segura. Tengo que llegar a la hora, a la hora marcada. Más imposiciones, más obligaciones, más cargos que encadenan mis horas, mi existir. ¿Qué derecho tienen a precisar un horario para estar con alguien que es parte de mí? Estoy tan cansada… Soy una marioneta con un número indeterminado de hilos que gobiernan mis miembros: manos, dedos, brazos, piernas y cabeza. Hilos que no dejan nada a la improvisación, al destino, a mi voluntad, a mi deseo anárquico y desencantado. Escucho, agudizo el oído, me acerco a una de las siete puertas. Las enumero mentalmente: una, dos, tres, cuatro… seis y siete. Lenguajes varios y terribles lenguas, palabras de dolor, acentos de ira, producen un caos agitado en este teñido aire sin tiempo. Gente aullando, golpeándose entre sí y mordiéndose en un desenfreno sin fin. ¿Hay alguien?, grito. Por favor, ¿quién me puede ayudar? Una persona que me conduzca a su lado. Tengo que ver su dolor, su sufrimiento, el grado de su enajenación para quedarme segura, tranquila de que he obrado bien, para poder dormir después de tres noches en verla acosada por los remordimientos y la angustia. Conviene aquí dejar el miedo todo, todo temor conviene que aquí muera, dice Virgilio a Dante. Me aparto de tanto horror. Corro hacia atrás, deseando el camino. Ya en la puerta, no encuentro la manera de abrirla. ¿Medidas de seguridad? Aquí verás a gente dolorosa que perdieron el bien del intelecto. Sus vidas son tan ciegas y son tan bajas que cualquiera otra suerte siempre envidian. La piedad y la justicia los desdeñan. No, yo no; yo estoy aquí, pero tengo tanto miedo que daría cualquier cosa por no encontrarme al mismo borde del valle del abismo doloroso que acoge el trueno de infinitos ayes.
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