domingo, 8 de mayo de 2011

Poemas de Hammam

RECUERDOS DE CÁMARA


Fuerzas primarias y giro de tuercas

en el cerebro de una mujer

mojada en llanto

por la embotadura cotidiana.

Un esqueje de olvido

en su rostro amarillo de cartulina

y largas trenzas

que te mira sin luz

sin existir.

En la cámara el miedo se aburre entre

viejos retratos

vestidos que se deshacen al tacto

cartas encarceladas en cintas desteñidas…

Todo está muerto.



SATISFACCIONES


Me gusta comer nata en el cuenco de la mano.

Los lirios de Van Gogh.

Tumbarme de noche en la azotea

y observar la Fortaleza milenaria.

El silencio de la casa

cuando todos se han marchado a dormir.

Andar descalza por el patio recién regado.

Las tertulias de verano en mi buhardilla

rodeada de gente ofensivamente joven.

Besar los ojos de mis hijos cuando duermen.

Hablar horas infinitas con los viejos

mientras miro sus manos.

Me gusta la noche, la noche, la noche…

Que alguien tras el teléfono me diga que me añora.

Me gustan los ángeles.

Dormir desnuda en cualquier estación del año.

Vigilar las ventanas e inventar las vidas

de los que viven dentro.

Escribir cartas que nunca envío a nadie.

Y lo que más de todo…

¡Que me rasquen la espalda!

 


ELEGÍAS DE VERANO


Verano 1995, en el Sur. 8:30 de la tarde.

Hice un pacto.

Velas, silencio, grillos, yo y tu presencia.

La buhardilla se viste de milagro

mientras dos vidas se abortan

y el agua con sal desborda el vaso.

Tus cenizas no han borrado tus ideales de rojo.

Cloroformo, jeringuillas intravenosas

quiebran mis venas en sangre.

Los ojos azules de Mercedes

me piden perdón antes de hurgar en mi vientre.

El lomo del gato se eriza ante tu presencia.

Los animales captan lo oculto.

Borges desde su diálogo de letras

intenta convencerme de algo.

Las velas se crispan y se apagan.

Hago una cruz en el cristal sin convicción.

He puesto flores en los rincones para ti.

Ayer sesgué los jaramagos

que crecían en la tumba vacía.

Verano 1996, en el Sur. 10:30 de la noche.

Las velas se han consumido.

En la buhardilla la oscuridad, yo y tu sombra

nos enfrentamos a lo irracional.

Ya he perdido el miedo a la muerte.

 


LA VIEJA JULIA


Hacía frío aquella noche en tu casa.

Un frío de ausencias, de nuevo intento

frío de muérdago.

Ante tu insistencia me quité el abrigo.

Tú te ensalivabas los labios

con una ansiosa dulzura.

Yo pensaba en los ataúdes blancos

que devoran cuerpos a medio hacer

en la vieja Julia y en su tejado amenazante

en el abanico que le regalé

y no pudieron arrancarle de su vieja y deforme mano

en la mirada reprobadora del cura

ante mi negativa a rezar.

Tiraste mi abrigo encima de un sillón antiquísimo

-otra pieza de tu colección-

sorbiste el resto de oporto en mis labios.

Disponía de una hora escasa.

El sabor triste de los últimos besos

manchó de gris tus ojos.

No volví a ver a Julia

murió lejos de su desmoronada casa.

Creo que hubiera preferido irse al trote

de su desvencijada mecedora.

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