lunes, 24 de enero de 2011

Dichosa locura

        El loco tiene un especial atractivo. El loco disfruta del placer; proporciona alegría, hace reír. La sabiduría y la locura van con frecuencia muy unidas: Todos los hombres enloquecen a fuerza de saber.

        Hasta finales del siglo XVIII, no se consideró al loco como enfermo mental. En Turquía, no hace mucho,  era una enfermedad sagrada con la que la divinidad distinguía a sus elegidos. La locura expresa en voz alta lo que infinidad de personas habríamos querido decir.

        La locura saludable, que es la verdadera sabiduría, y el de la alucinada, que es mera locura. No tendríamos más que invertirlas para obtener la verdad.

        La cordura constituye una desdicha, mientras que, por el contrario, la presunción es la felicidad. La cordura es a la locura lo que la razón a la pasión -y en realidad en el mundo hay mucha más pasión que razón-. La fuente de la vida, lo que mantiene el mundo en actividad es, simplemente, la locura. Por lo tanto, es una energía creadora del hombre, su soplo poético, su entusiasmo, su fuerza, cuanto más sensata y seria es, menos vive. La cordura es un impedimento para la buena ejecución, y aquel que es cuerdo no emprenderá nada en circunstancias en que los locos obrarían animosamente. La locura dice: Sin mí, el mundo no podría existir ni un  momento, en mí no hay lugar para el engaño, ni simulo una cosa en la frente y llevo otra en mi corazón. Soy siempre idéntica a mí misma, ingratos son conmigo los hombres se avergüenzan de mí en público, y me arrojan a los demás como un insulto.

        Si me preguntáis dónde nací, os diré que en las Islas Afortunadas. El paraíso de los elegidos. Los antiguos geógrafos me sitúan más allá de las Columnas de Hércules, hoy, Islas Canarias. Donde no se conocía el trabajo, la vejez, la enfermedad... Nacida en tales delicias, no saludé a la vida con lágrimas: enseguida sonreí. Me dieron sus pechos, dos encantadoras Ninfas: Meté (la embriaguez, hija de Baco), y Apedia (la ignorancia), hija de Pan.

        Tengo un gran cortejo en el que incluyo: FILAUTIA (el amor propio). COLACIA (la adulación). LETEO (el olvido). MISOPONIA (la pereza). HEDONÍ (la voluptuosidad). ANOIA (la demencia). TRIFÉ (la molicie). Todos están a mi mandato, imperando incluso por encima de los mismos emperadores, doy ventaja a los mismos dioses. Mi imperio es grande. Prodigo toda clase de bienes.

        Soy protectora de los adolescentes, si no ¿de dónde procede su gracia juvenil, sus locuras? De mí, sólo hay que ver que cuando estos crecen se marchita su gracia, languidece su vivacidad, se enfría su donaire y desmaya su vigor. A medida que se apartan de mí, viven menos y llega la vejez tan molesta; para ningún mortal sería tolerable, si yo no les echara una mano para socorrer tanta miseria. Al igual que los dioses suelen salvar a sus protegidos de la muerte, con alguna metamorfosis, así yo, cuando los veo próximos al sepulcro, en cuanto se descuidan, los torno a la niñez.

        De ahí que la gente llame con propiedad a la vejez, la segunda infancia. Para ello, los llevo a la fuente de la Ninfa LETEO, que nace en las Islas Afortunadas, a que beban los largos olvidos, disolviendo poco a poco, los afanes y vuelvan a la juventud ¿Qué pierden el juicio, que deliran? Lo admito, pero precisamente esto es convertirse en niños. ¿Quién soportaría a un anciano con gran experiencia del mundo, unida a una plenitud de facultades mentales y rigor de crítica? ¡Dejemos que a esa edad deliren! Así no sienten el tedio de la vida, nada tolerable por el ser humano.

        Y como dijo HOMERO: ´Dios siempre junta a los que se asemejan.´ ¿Qué hay entre los niños y los viejos que se le diferencie? ¿La boca desdentada, el cuerpo débil, la apetencia de la leche, los balbuceos, la simpleza, la charla insustancial,  la falta de memoria, la carencia de reflexión... Esto, entre otras cosas les acerca. Yo detengo la fugaz juventud, alejo la enojosa decrepitud.

        La madre naturaleza cuida de que en nada falte el aderezo de la locura. Dejarse llevar por las pasiones es de locos, pero para que la vida de los hombres no sea triste y amarga ¡Cuánto mayor lugar  le dio Júpiter a las pasiones que a la razón! Por eso la relegó a un pequeño ángulo en la cabeza y abandonó el resto del cuerpo a todas ellas. Además, casi aislada, le impuso dos tiranas violentísimas: La Ira, que colocó junto al corazón, fuente de la vida, y la Concupiscencia, cuyo imperio se extiende ampliamente hasta el bajo vientre. Lo que puede hacer la razón contra estas dos fuerzas gemelas es ceder y redimirse.

        Los mismos dioses la tuvieron por musa y, ¿no es también la amistad locura? Confiar en extremo, cegarse, dejarse alucinar por las faltas de los amigos, admirar miríficamente como virtudes sus más destacados vicios…

         Cupido, padre y autor de toda simpatía, absolutamente ciego, toma lo feo por hermoso. Que alguien adore al adefesio y lo encuentre bello ¿no es locura? Pero de lo que no cabe duda es de que no habría forma posible de vida si no se untara con la miel de ésta. ¿Puede amar alguien que se odie a sí mismo? ¿Puede estar de acuerdo con otro quien no lo está consigo? No, si no es más loco que la misma locura.

       La locura de Dios, es más sabia que la de los hombres. Así se declaraba en las Sagradas Escrituras. San Pablo dijo: Acoger con buena voluntad a los locos, o, no hablo según Dios, sino como si fuera loco. Y: Somos locos -dijo- por la gracia de Jesucristo. Todavía va más lejos y la prescribe como la cosa más necesaria para el que quiera llegar a puerto de salvación.

Aquel que entre vosotros se crea sabio, que se vuelva loco para serlo.

           Y sorprende ver cómo San Pablo atribuye al mismo Dios, un gramo de locura: Cuando Dios es loco, dice, es más sabio que los hombres.

        El mismo Cristo dijo a su padre: ¿Tú conoces mi locura?

       No es extraño que Dios sienta tanta predilección por los locos, quizá los hombres demasiado sensatos le eran sospechosos.

        Yo elogio la locura porque todo es locura; el patriotismo, la religión, la sabiduría y el amor.

        Si un hombre persiste en la locura, se volverá sabio.

 Texto con fragmentos de "Elogio de la Locura" de Erasmo de Rotterdam.

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