sábado, 11 de diciembre de 2010

Reseña de "Te compraré..." por José Membrive

Te compraré unas babuchas morunas (Ediciones Carena, 2009) es un libro de calado profundo, capaz, si nos tomamos el trabajo de leerlo (leer en serio es trabajar, es esfuerzo, agradable si se quiere, pero esfuerzo) y difundirlo, es un libro que puede tener una incidencia fuerte en la economía de la comarca, porque viene a resucitar y actualizar un mito en el imaginario colectivo: el mito de Sierra Morena, plasmado en el pueblo de Jara de la Sierra, una especie de Macondo surgido de las cenizas legendarias y ya anacrónicas de los bandoleros y que tiene su trasunto en Baños de la Encina.
Sierra Morena es un lugar proclive a los mitos, y los mitos no sólo marcan el imaginario colectivo, sino la forma de entender la vida. El mito decimonónico de los bandoleros establecía la dialéctica del tiro, el de Jara de la Sierra, retoma la dimensión mágica de la palabra profunda. De las cenizas del mundo decadente de los bandoleros y sus sucesores mercantilistas surge la estirpe de Arsenio Camacho, quien ostenta la palabra, en toda su profundidad, la literatura en todos sus géneros, estilos y registros, como medio no ya de comunicación sino de reconstrucción interna de sus personajes.
Pepa Cantarero: Te compraré unas babuchas morunas (Ediciones Carena, 2009)
Te compraré unas babuchas morunas cumple todos los requisitos para ser una obra grande, para crear leyenda, para ser un referente vital de la región. Arsenio Camacho, una personalidad poderosísima, salvajemente humana, encarna el verde de los líquenes, el magma oscuro de las piedras, la dureza indómita de las montañas, la civilización de la naturaleza. Arsenio nace en un corazón inexplorado en el que el bandolerismo se marchitó y al que la civilización de los perseguidores nunca llegó.
Un escenario sólo al alcance y a la medida de un moderno Eneas, que dará a luz a otra nueva sociedad y cuya prole, a medida que crecía, se ha ido extendiendo y dispersando por la antigua sociedad, porque la novela abarca tres generaciones y deja la cuarta en puntos suspensivos.
Con ese punto de partida, la novela se va desplegando a modo de puzle y da entrada a decenas de historias de mujeres dolientes y herederos ensombrecidos por la dimensión del fundador. Los hijos, los nietos, van dando vida a esos ciento y poco de años novelados, van tejiendo su propia sociedad, casi confundidos pero con un sello espacial como los sapiens emergentes entre los fuertes neanderthales, llamados a la pronta extinción. Los “jareños” se distinguen de nosotros, de los descendientes de los bandoleros, en que hablan con los muertos. Pepa Cantarero, la autora, confiesa que algunos muertos son muy pesados, tienen tantas ganas de hablar que no la dejan tranquila. No paran de hablar ni debajo de tierra. Pero hablan muy raro: jamás se quejan. Viven, especialmente algunos personajes femeninos como Ariadna, en contacto permanente con el dolor, sin quejarse jamás. Lo vencen dándole sentido a sus vidas oscuras, consumando su destino de sombras sin que éste haga variar un ápice su determinación por hacer de la sombra un modo positivo de vida. Son capaces de mirar “de frente, vertiginosamente, los ojos claros de la muerte” que diría el poeta, y charlar con ella, pero también con la vida.
Hablan desde otra dimensión y en todas las formas inventadas hasta ahora: género epistolar, escenas teatrales…; hablan con el alma, y, a diferencia de nosotros, al hablar sus mundos entran en fecunda dialéctica. Son como artistas de la vida. Claro que también callan, y esto los convierte en más ricos y misteriosos. No viven con prisas, ni buscan nada que no esté en sí mismos. Son vivos que afrontan el dolor, las infidelidades, las muertes, como si ya hubieran sido previamente consensuadas, como si hubieran sido absueltos previamente. También afrontan las alegrías con la misma paz y resignación, porque no tratan de vivir la vida a su capricho, sino de dejar que la vida los viva a ellos.
Se insertan en la naturaleza, en la familia, en el pueblo ocupando plenamente su parcela sin tratar de modificarla o invadir la del vecino. Hablan más con sus acciones que con sus palabras, a pesar del vasto dominio y de las múltiples maneras de expresión. Afrontan el infierno o la felicidad con la misma determinación callada e inexorable. Y, sobre todo, tienen unas miradas que nos descuartizan, que convierten nuestros presupuestos morales en cartón piedra, y en paja nuestros pedestales.
Tal vez no parezcan seductores pero su autenticidad tiene tal capacidad de abducción, su mordedura literaria es tan nociva que ya comienzo a caminar lentamente, a mirar el dolor con indiferencia, a derribar presas que protegían mis aguas en verdes pantanos. A dilapidar las máscaras de cartón piedra que tan buena imagen daban de mí mismo.
Comienzo a estar poseído por el espíritu de la literatura más honda. Estoy siendo abducido por los jareños. Esto es el fin, el fin del homo-bandolerus. ¡Viva Jara de la Sierra!  
 José Membrive

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