Una góndola con su proa dorada y sus luces triunfantes, lleva
a bordo a la Peste, a la Muerte, y a un arlequín. No nos miramos.
Un Carnaval conocí a la mujer de pies
palmeados. Desde entonces estoy perdidamente enamorada. Ni las paredes ni los
canales se interponen entre nosotras. Ella supo nada más mirarme que yo no era un
hombre. Le gustaba mi bigote postizo. ¡Es tan hermosa! La mujer de los pies
palmeados vive siempre cerca de Dios y del Diablo. No quiere alejarse de
ninguno de los dos. Sus ojos de gata se cuelan sin tropezar.
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