sábado, 7 de abril de 2018

Fragmento de «Te compraré unas babuchas morunas»



John Wllian Waterhouse


Huir es lo único que deseo,
pero el tren llega ya, y nada ni nadie puede convencerme de
dar la media vuelta, que me apee de mi deber. Ni siquiera el
hombre que no ha dejado de mirarme todo el tiempo, y que
se levanta al ver la luz verde en el final del túnel. “La voluntad
de hacer, ¿en qué acabó? Hace mucho que se desvaneció.” 

“Por mí se va hacia la ciudad doliente, por mí se va hacia el sufrimiento
eterno, por mí se va hacia la perdida gente.”
Me asaltan los versos de Dante ante la puerta de gruesos
barrotes desafiando mi tranquilidad. Busco un picaporte, una
aldaba, un timbre, un resorte en el suelo, un ábrete sésamo. El
tiempo no es el ahora, el momento. Me he trasladado treinta,
cincuenta años atrás, ¿o quizá sean siglos? No sé, no puedo
precisar. ”Quienes entráis, perded toda esperanza.”

Un timbre. Acerco el dedo, lo retiro de prisa. Miro a un lado,
a otro. No hay un alma. Es como una secuencia cinematográfica
donde yo, desprotegida, sola ante el espacio despoblado,
sin adornos que obliguen al objetivo de la cámara a entretenerse
en un árbol, en un perro, en un banco, en una simple
farola. El espacio desnudo y yo. El enfoque es sólo uno: mi
rostro en primer plano columbrando un gesto, un movimiento
delator, el temblor de todo mi cuerpo. Pero no hay órdenes,
ni claqueta, ni focos. Un espacio sin tiempo. ¿Quién se atrevería
a decir fechas? Los rinchos de los barrotes, los rosetones
de hierro y forja pueden confundir.

Un nuevo intento. Rozo el botón, vuelvo a retirar la mano
con la casi seguridad de que no lo he presionado lo suficiente.
Se hace tarde, el tiempo no se involucra, no quiere, no
entiende de cómputos. Ahora aprieto fuerte. La pesada puerta
comienza a moverse, se despega lentamente de su otra
mitad. No me importa la tardanza; cuanto más se demore,
más tardaré en descubrir lo que esconde, lo que me aguarda al
otro lado.

 ¿Quién me ha abierto? ¿Un control remoto?,
¿una máquina?, ¿quién controla la entrada? “Los centauros vigilantes
de los siete círculos del infierno.” ¿La técnica suprime al monstruo?
¿De qué tiempo dispongo para traspasar estos muros
que desde aquí afuera tienen la apariencia de una ciudad fortificada?
¿Cuánto para adentrarme “al fondo del triste abismo
donde la única pena es la de perder toda esperanza?”

Traspaso el umbral. La puerta se cierra. Ya no hay salida
posible, la necesidad de dar marchar atrás. Bajo por una pendiente
hacia el fondo de un largo pasadizo que desemboca en
una serie de pabellones. ¿En cuál de ellos me espera? “En el
quinto sufren pena los iracundos. En el primero los violentos.” ¿Acaso
importa?

Necesito una presencia humana cuanto antes, “en este lugar
más hondo y más oscuro y lejano de la ciudad doliente.” Oprimo las
mandíbulas y miro el pasadizo que parece no tener fin. Noto
una sensación de miles de ojos fijos en mi espalda. Me estremezco.
“Vuélvase sola por la loca senda.” ¿Acaso es posible?

No hay comentarios:

Publicar un comentario