sábado, 30 de diciembre de 2017

Réquiem al 2017


 
Siempre me he preguntado por qué se celebra la Noche vieja. Se despide un año con risas, uvas, brindis con champán, cenas copiosas, fuegos artificiales… y variadas supersticiones.

Si buscamos el motivo de las tradiciones, las hay para todos los gustos. La más popular parece ser  que  fue un acto de rebeldía. La gente comenzó a salir a la calle en protesta a la costumbre de la burguesía francesa de beber champán y comer doce uvas. Doce deseos para el nuevo año que nunca se cumplen pero que  se continúa repitiendo como un ineficaz mantra.

Y luego están las supersticiones. Una larga y variopinta lista según el lugar del mundo. Rellenar un muñeco de trapo con cohetes y prenderle fuego para quemar todo lo malo que hubo en el año ¿Quemar lo que ya fue irremediablemente?  

Salir ataviado de ropa interior amarilla para atraer el dinero o roja para conquistar el amor, como si el amor distinguiera colores.

Barrer hacia fuera justo a medianoche para expulsar la negatividad. O dejar abiertas las puertas y ventanas de la casa toda la noche, con los cual, lo más posible es que agarres una pulmonía que te lleve al hospital el mismo día 1 del año nuevo.

Dar tres saltos con una copa de champán en la mano puede ser hasta simpático y nada peligroso.

Bailar alrededor de un árbol mientras tocan las 12 campanadas trae suerte y prosperidad. Eso sí, mejor con los ojos pintados, ya que según los antiguos egipcios, el maquillaje evita que los malos espíritus te entren en los ojos; con las graves consecuencias que supone convivir un año entero con un espectro dentro.

De todas estas supersticiones, la más recomendable es la de tener un hijo el día de año nuevo ya que, según dicen, será afortunado de por vida. Por lo que él/ella no tendrá que recurrir a estos disparatados rituales.

Despedir un año debería ser motivo de aflicción o luto por ese tiempo que nunca volverá. Por ese año menos de vida que te recuerda que caminas hacia un fin inevitable.

 

 

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