Siempre me he preguntado por qué se celebra la Noche vieja. Se despide
un año con risas, uvas, brindis con champán, cenas copiosas, fuegos
artificiales… y variadas supersticiones.
Si buscamos el motivo de las tradiciones, las hay para todos los gustos.
La más popular parece ser que fue un acto de rebeldía. La gente comenzó a salir
a la calle en protesta a la costumbre de la burguesía francesa de beber champán
y comer doce uvas. Doce deseos para el nuevo año que nunca se cumplen pero que se continúa repitiendo como un ineficaz mantra.
Y luego están las supersticiones. Una larga y variopinta lista según el
lugar del mundo. Rellenar un muñeco de trapo con cohetes y prenderle fuego para
quemar todo lo malo que hubo en el año ¿Quemar lo que ya fue irremediablemente?
Salir ataviado de ropa interior amarilla para atraer el dinero o roja para
conquistar el amor, como si el amor distinguiera colores.
Barrer hacia fuera justo a medianoche para expulsar la negatividad. O dejar
abiertas las puertas y ventanas de la casa toda la noche, con los cual, lo más
posible es que agarres una pulmonía que te lleve al hospital el mismo día 1 del
año nuevo.
Dar tres saltos con una copa de champán en la mano puede ser hasta
simpático y nada peligroso.
Bailar alrededor de un árbol mientras tocan las 12 campanadas trae
suerte y prosperidad. Eso sí, mejor con los ojos pintados, ya que según los
antiguos egipcios, el maquillaje evita que los malos espíritus te entren en los
ojos; con las graves consecuencias que supone convivir un año entero con un
espectro dentro.
De todas estas supersticiones, la más recomendable es la de tener un
hijo el día de año nuevo ya que, según dicen, será afortunado de por vida. Por lo
que él/ella no tendrá que recurrir a estos disparatados rituales.
Despedir un año debería ser motivo de aflicción o luto por ese tiempo
que nunca volverá. Por ese año menos de vida que te recuerda que caminas hacia
un fin inevitable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario