Parecía
no mancharse
con el deseo
Ella está de espaldas. No sabemos
nada de esta mujer. Yo la miro como si estuviera muy lejos. No solo de mí. Lo
poco que sé es que supo sobrevivir. Nosotros aún estábamos en ello. Sus manos
grandes se movían como palomas a punto de abrir alas. A veces no sabía muy bien
cómo apaciguarlas. Por las noches daba largos paseos por las galerías, seguida
por los ojos encendidos de la casa. Huye constantemente del desamor, me dijo la
vieja. Del deseo de los hombres que siempre vuelven al hogar. Sus ojos decían
cosas, sí, pero ¿cómo interpretar los
sueños de alguien que se movía entre dos orillas?
Las noches eran largas allí donde la
vida era algo parecido a vida. Quizá por eso yo me obligaba a soñar con ella,
para no precipitarme al vacío. Ella buscaba con desespero otras vías. Sus pasos
audaces podían arrojarla directamente al precipicio. ¿Lo adecuado? ¿Lo
correcto? ¿Alguno de nosotros lo sabíamos? La vieja, quizá la vieja, ¿pero
quién podía controlar el hambre de los feroces labios? ¿El grito sordo del
deseo escalando la columna vertebral? ¿Bestias? ¿Animales acechando el olor de
una mujer con la que nunca podrías ver salir el sol?
Aguántame el corazón, me dijo antes
de escapar de él, de mí.
Fragmento inédito, Pepa Cantarero
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