domingo, 25 de octubre de 2015

Aguántame el corazón

Parecía no mancharse 
con el deseo

          Ella está de espaldas. No sabemos nada de esta mujer. Yo la miro como si estuviera muy lejos. No solo de mí. Lo poco que sé es que supo sobrevivir. Nosotros aún estábamos en ello. Sus manos grandes se movían como palomas a punto de abrir alas. A veces no sabía muy bien cómo apaciguarlas. Por las noches daba largos paseos por las galerías, seguida por los ojos encendidos de la casa. Huye constantemente del desamor, me dijo la vieja. Del deseo de los hombres que siempre vuelven al hogar. Sus ojos decían cosas, sí, pero ¿cómo  interpretar los sueños de alguien que se movía entre dos orillas?
          Las noches eran largas allí donde la vida era algo parecido a vida. Quizá por eso yo me obligaba a soñar con ella, para no precipitarme al vacío. Ella buscaba con desespero otras vías. Sus pasos audaces podían arrojarla directamente al precipicio. ¿Lo adecuado? ¿Lo correcto? ¿Alguno de nosotros lo sabíamos? La vieja, quizá la vieja, ¿pero quién podía controlar el hambre de los feroces labios? ¿El grito sordo del deseo escalando la columna vertebral? ¿Bestias? ¿Animales acechando el olor de una mujer con la que nunca podrías ver salir el sol?   

          Aguántame el corazón, me dijo antes de escapar de él, de mí.



Fragmento inédito, Pepa Cantarero 

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