miércoles, 9 de septiembre de 2015

Madinat Al-zahra (La Favorita)


     Al-zahara está frente a mí. Se despoja uno a uno de sus interminables tules de seda, cuajados de bellos motivos en oro incrustado que, al caer, se retuercen entre flores de alabastro y mármol de vetas indecentes. La perfección de su cuerpo es extrema: cintura de lirio, piernas de ébano y pechos cincelados que desafían la gravedad más severa, se ofrecen a mi mirada. Me sonríe. Hay algo en el fondo de sus almendrados ojos, que me intranquiliza.
        -Ven, acércate.
        Me dice.
        -Todo queda en las piedras. La belleza, la pasión y la grandiosidad se miden por la proporción de ruinas que ves aquí. Mira como resurge cual Fénix en su afán de eternidad, reclamando el fasto, la matriz cultural que deslumbró al mundo. Pero esto que te fascina es presunción del hombre, nada más.
        Intento devolverle la sonrisa.           
        -Luego, los siglos te reinventan de mil mentiras. Mis ojos profundos y negros como el presagio, se trocaron en gatunos, rasgados… El hombre se atrapa en sus propios delirios. No, no seas ingenua, no envidies mi suerte ni te engañes creyendo que tu pie ha pisado mi huella; no desees un abrazo del emir, porque ni la excelsa seda de Damasco; los afeites; las deslumbrantes joyas que adornan mi cuerpo; el olor a almizcle y ámbar, pueden otorgar la felicidad absoluta.

          Me sorprenden sus palabras llenas de aristas.

          -Este paso era exclusivo del Califa. Aquí te sentirás protegida. Pero no te confundas, es el embrujo de lo muerto que pesa más que este preciso momento. Solo eso.
          Pórfidos, jaspe, ágatas, mármoles, celosías engastadas con diamantes, rubíes y esmeraldas, comienzan una danza con el sol y la brisa que hasta ahora dormía en las copas de los altísimos y viejos árboles que cercan la ciudad, protegiendo las murallas de enormes piedras.     
          -Recé en la mezquita-Aljama, bajo los cielos color melocotón y las tierras rojizas de la sierra, lamí con desenfreno las murallas…Siempre detrás de su potente figura, de sus intentos de silenciar mis zarcillos de bronce viejo que tintineaban sin voluntad.  Y  Alá  me  favorecía con impulsos nunca experimentados, cada vez que él se cegaba con los vapores de mi adormidera. Y me inventé un sueño que en lugar de crecer se abortaba por los mil recodos de la mezquita.   
          De pronto tengo la necesidad de salir de aquí. Su aflicción hace añicos la paz que se respira en este mausoleo de jaspe, mármol y celosías.



fragmento del cuento Madinat Al-zahra (La Favorita)

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