Al-zahara
está frente a mí. Se despoja uno a uno de sus interminables tules de seda,
cuajados de bellos motivos en oro incrustado que, al caer, se retuercen entre
flores de alabastro y mármol de vetas indecentes. La perfección de su cuerpo es
extrema: cintura de lirio, piernas de ébano y pechos cincelados que desafían la
gravedad más severa, se ofrecen a mi mirada. Me sonríe. Hay algo en el fondo de
sus almendrados ojos, que me intranquiliza.
-Ven, acércate.
Me
dice.
-Todo queda en las piedras. La belleza, la
pasión y la grandiosidad se miden por la proporción de ruinas que ves aquí.
Mira como resurge cual Fénix en su afán de eternidad, reclamando el fasto, la
matriz cultural que deslumbró al mundo. Pero esto que te fascina es presunción
del hombre, nada más.
Intento
devolverle la sonrisa.
-Luego, los siglos te reinventan de mil
mentiras. Mis ojos profundos y negros como el presagio, se trocaron en gatunos,
rasgados… El hombre se atrapa en sus propios delirios. No, no seas ingenua, no
envidies mi suerte ni te engañes creyendo que tu pie ha pisado mi huella; no desees
un abrazo del emir, porque ni la excelsa seda de Damasco; los afeites; las
deslumbrantes joyas que adornan mi cuerpo; el
olor a almizcle y ámbar, pueden otorgar la felicidad absoluta.
Me sorprenden sus palabras llenas de aristas.
-Este paso era exclusivo del Califa. Aquí te
sentirás protegida. Pero no te confundas, es el embrujo de lo muerto que pesa
más que este preciso momento. Solo eso.
Pórfidos, jaspe, ágatas, mármoles, celosías
engastadas con diamantes, rubíes y esmeraldas,
comienzan una danza con el sol y la brisa que hasta ahora dormía en las copas
de los altísimos y viejos árboles que cercan la ciudad, protegiendo las
murallas de enormes piedras.
-Recé en la mezquita-Aljama, bajo los cielos
color melocotón y las tierras rojizas de la sierra, lamí con desenfreno las
murallas…Siempre detrás de su potente figura, de sus intentos de silenciar mis
zarcillos de bronce viejo que tintineaban sin voluntad. Y
Alá me favorecía con impulsos nunca experimentados,
cada vez que él se cegaba con los vapores de mi adormidera. Y me inventé un
sueño que en lugar de crecer se abortaba por los mil recodos de la
mezquita.
De pronto tengo la necesidad de salir de
aquí. Su aflicción hace añicos la paz que se respira en este mausoleo de jaspe,
mármol y celosías.
fragmento del cuento Madinat Al-zahra (La Favorita)
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