Las pegajosas lágrimas de la jara
acompañan mis pasos esta mañana de agosto. Un viento inusual ocasiona en las
ramas de los pinos un sonido adormecedor. Observo los diminutos pinos
condenados a no crecer; el cadáver de una cabra donde se aprecia (en su columna y en las
descarnadas costillas) la rapiña de otros congéneres. En el tronco de uno de
los árboles, aún cuelga, como el pasado año, el esqueleto acartonado del perro. Algunos paisajes son inamovibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario